Hace un tiempo hablábamos de los seudónimos, esos nombres de fantasía que los autores eligen, por distintos motivos, para enmascarar su identidad real.
Pero hay todavía un alter ego más extremo, que es el heterónimo: no solo un nombre nuevo, sino una personalidad paralela, con una biografía completamente inventada. Así, el caso más famoso y más aprovechado: el del portugués Fernando Pessoa, quien creó más de setenta, entre ellos Alberto Caeiro, Bernardo Soares, Álvaro de Campos y Ricardo Reis.
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Almada Negreiros: Fernando Pessoa, 1954.
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Y tanta es la diferencia entre las distintas personalidades que hasta escriben distinto. Por ejemplo, así escribía Bernardo Soares:
El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
Que llega a fingir que es dolor
El dolor que de veras siente.
Lejos de este tono melancólico, pero con sencillez e imágenes pastoriles, Alberto Caeiro, nacido en Lisboa, fue un campesino (huérfano) casi sin estudios formales:
Yo nunca guardé rebaños
Pero es como si los guardara.
Mi alma es como un pastor,
Conoce el viento y el sol
Y anda de la mano de las Estaciones
Siguiendo y mirando.
Álvaro de Campos, en cambio, era mundano y había sufrido desencantos que volcaba en su poética de versos largos:
En la noche terrible, substancia natural de todas las noches,
la noche de insomnio, substancia natural de todas mis noches,
Recuerdo, velando en modorra incómoda,
Recuerdo lo que hice y lo que pude haber hecho en la vida.
Recuerdo, y una angustia
Se difunde completamente por mí como un frío del cuerpo o un miedo.
Lo irreparable de mi pasado —¡ese es el cadáver!
Puede ser que sean ilusión todos los demás cadáveres.
Puede que estén vivos en otra parte todos los muertos.
Puede que existan en otro lugar todos mis propios momentos pasados,
En la ilusión del espacio y del tiempo,
En la falsedad del transcurrir.
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