martes, septiembre 22, 2015

Mitos: Heracles se convierte en inmortal (I)

"Cumplirá doce trabajos y luego ocupará un lugar en las alturas". Teócrito, Idilios, XXIV.
Heracles tenía la fuerza de un dios, pero un cuerpo mortal, y finalmente murió tras disparar una flecha a Neso, un centauro que En un acceso de lujuria, intentó raptar a Deyanira, la esposa de Heracles. Éste vio a Neso intentando violar a su esposa desde el otro lado del río Eveno y le disparó una flecha envenenada de la sangre de la Hidra de Lerna.
Guido Reni: Rapto de Deyanira, 1620–1621. Óleo sobre lienzo.
Museo del Louvre, París, Francia
Como último acto de maldad, mientras agonizaba, Neso le dijo a Deyanira que su sangre aseguraría que Heracles le fuese siempre fiel. Deyanira le creyó, y cuando su confianza en Heracles empezó a menguar, untó una camisa con la sangre y se la dio a su marido, quien murió lenta y dolorosamente cuando la camisa quemó (con llamas reales o por el calor del veneno) su piel.
Juan de Bolonia: Heracles matando al centauro Neso, 1599.
Mármol. Piazza della Signoria, Florencia, Italia
Mientras era incinerado, del cielo cayeron rayos que la redujeron a cenizas, y oculto por una nube de la vista de sus compañeros, Zeus, entre truenos, lo transportó al Olimpo en su carro, donde Atenea, tomándole de la mano, lo presentó a los demás dioses. Todos los inmortales lo acogieron de buen grado. Incluso Hera, que lo adoptó mediante una ceremonia de renacimiento y lo consideró como a su hijo, casándole con su hermosa hija Hebe, con la que tuvo dos hijos, Alexiares y Aniceto. Hércules se convirtió en el portero del cielo y siempre está a las puertas del Olimpo hasta el anochecer, esperando que Artemis vuelva de su cacería para recibirla alegremente y ayudarle a llevar las presas de sus carro, regañándole si encuentra cabras y liebres: “Mata jabalíes, que pisotean la mies y acuchillan los árboles de los huertos, ¡mata toros y leones y lobos que dan muerte a los hombres! ¿pero qué daño te han hecho estas criaturas?”. Luego entre carcajadas desuella los cuerpos y come vorazmente los trozos que le apetecen.
(cont.)

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