El bibliotecario: figura clave tanto para iniciar a la lectura como para que lograr que el hábito se mantenga a lo largo de la vida. Hoy, con las nuevas tecnologías para publicar, almacenar y compartir libros, es una profesión en proceso de reinventarse. En cada país, el bibliotecario tiene su día. En la Argentina, por ejemplo, su efemérides es el próximo 13 de septiembre; por eso, aprovechamos la excusa para recordar su figura y su función.
Muchos escritores fueron bibliotecarios, como los franceses George Perec y Marcel Proust, como Lewis Carroll (en la Biblioteca del college Chris Church), como Perrault y los hermanos Grimm, quienes invirtieron la mayor parte de su tiempo entre estantes en recopilar más información sobre los cuentos tradicionales.
Giuseppe Arcimboldo: El bibliotecario, 1566. Óleo sobre lienzo.
Skoklosters Slott, Suecia
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Pero tal vez el escritor-bibliotecario más representativo, el que primero se nos viene a la mente, sea Borges, quien decía imaginar la biblioteca como una especie de paraíso. Borges llegó a ser director de la Biblioteca Nacional de la Argentina cuando ya estaba ciego. Y a causa de esa paradoja de contar con todos los libros a disposición, pero sin el sentido de la vista, escribió el conocido "Poema de los dones", cuyo inicio no está demás refrescar:
Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden
las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.
De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.
Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.
Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.
¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?
Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.
Fuente: boletines@librosenred.com núm. 179
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