Sobre una mesa de pintado pino
melancólica luz lanza un quinqué,
y un cuarto ni lujoso ni mezquino
a su reflejo pálido se ve.
Suenan las doce en el reloj vecino
y el libro cierra que anhelante lé
un hombre ya caduco, y cuenta atento
de cansado reloj el golpe lento.
Carga después sobre la diestra mano
la ya rugosa y abrumada frente,
y un pensamiento fúnebre, tirano,
fija y domina, al parecer, su mente.
Borrarlo intenta en su ansiedad en vano;
vuelve a leer, y en tanto, que obediente
se somete su vista a su porfía
lánzase a otra región su fantasía.
«¡Todo es mentira y vanidad, locura!»
Con sonrisa sarcástica exclamó;
y en la silla tomando otra postura,
de golpe el libro y con desdén cerró.
Lóbrega tempestad su frente oscura
en remolinos densos anubló;
y los áridos ojos quemó luego
una sangrienta lágrima de fuego. (...)
José de Espronceda, El diablo mundo (fragmento), 1841.
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