5. Bajo el toldo, Zarauz, 1910
El veraneo elegante y la sofisticación de la Belle Époque en las costas del Cantábrico. En 1910 el pintor se traslada a esta localidad vasca y realiza una serie de pinturas que construyen una iconografía de la sofisticación y la despreocupación. La escena, protagonizada por su mujer y sus hijas, goza de una gran espontaneidad. Los otros protagonistas son la brisa del mar, que recorre y remueve las telas, la luz, tamizada o deslumbrante, y el blanco de los vestidos que contrasta con el azul del Cantábrico.
6. La siesta, 1911
Otro poema visual. El abandono físico entre la hierba, el tiempo detenido, la nada. Cuatro mujeres, de nuevo su familia, descansan en el jardín de un caserío vasco. Las figuras están en reposo, abandonadas. Pero también hay mucha agitación. La posición de los cuerpos; las pinceladas largas, vivas, ondulantes, de densos empastes; los contrastes de color verde, rosas, azules; la luz y sus sombras. Una obra de plenitud, al aire libre, de rápida ejecución y grandes dimensiones.
7. La bata rosa, 1916
"La obra más importante y de lo mejor que he hecho en mi vida", confesaba el artista. Sorolla vuelve en su playa de la Malvarrosa al esplendor de la antigüedad grecolatina. Clasicismo, sensualidad, la luz, el mar, su brisa… Grecia en un chamizo de cañas.
8. Primer jardín de la casa Sorolla, 1918-1919
Las obras que Sorolla pinta en los jardines de su casa madrileña en los últimos años son un retiro interior tras el intenso trasiego que supuso el encargo de la Hispanic Society. Pinta por puro placer los rincones de los maravillosos jardines que él mismo diseñó. El lirismo visual que rezuman supone el último canto de esta obra inmensa, tan colosal como el mar que tantas veces pintó.
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