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Hélène Carrère d’Encausse, historiadora francesa especialista en Rusia y Premio Princesa de Asturias en 2023, falleció el año pasado, pero nos dejó esta obra en la que pretende revisar drásticamente el mito de Lenin. El libro se publicó en Francia hace un cuarto de siglo y, con motivo del centenario de la muerte del líder bolchevique, ve la luz ahora en castellano. Está considerada la biografía definitiva sobre ese personaje histórico.
Ciertamente, el mito parece haberse resquebrajado, aunque la momia del líder comunista siga en la Plaza Roja de Moscú. En Rusia, Lenin ha sido cuestionado por el nacionalismo ruso, empezando por Putin, y se le responsabiliza de la desintegración no solo del Imperio zarista, sino de la propia URSS, ya que defendió el principio de autodeterminación de las nacionalidades y el derecho a la secesión de las repúblicas soviéticas. Sin embargo, Carrère nos recuerda que eso fue, sobre todo, una estrategia. En efecto, Lenin aplicó, sin vacilar, a las nacionalidades el principio del “centralismo democrático” del partido bolchevique. Podría añadirse, por tanto, que existe un “nacional-leninismo”, del que es un claro ejemplo la China de Xi Jinping.
Sin embargo, en Occidente el mito de Lenin no ha desaparecido del todo y sigue siendo considerado el principal revolucionario idealista, opuesto a Stalin. Para algunos, tuvo el mérito de cuestionar la democracia “formal”, y eso es muy apreciado por los populismos de izquierda. En cambio, Carrère critica el discurso sobre el Lenin “bueno”, pues forjó el partido y la policía política que implantaron el poder totalitario. Lo califica, a menudo, de cínico y brutal. Es un claro ejemplo de la “militarización” de la política por medio de un partido centralizado, jerárquico y autoritario. Lenin nunca creyó en la espontaneidad de las masas, presentes en la revolución burguesa de febrero de 1917, que a él le sorprendió en Suiza. Por el contrario, apostó por un único partido dirigido por un solo hombre y actuó creyendo que la única forma de reforzar la unidad ideológica de su formación era a través de las depuraciones.
Los brotes de violencia antisemita, los campos de concentración, los asesinatos masivos –como el genocidio de los cosacos– comenzaron con Lenin. La historiadora francesa se detiene en el examen de documentos antes secretos, que revelan la minuciosidad con que Lenin conducía la represión, aunque muchas de sus órdenes eran impartidas discretamente. Además, prueba que el distanciamiento entre Lenin y Stalin no empieza hasta finales de 1922. Pese a todo, la imagen predominante de Lenin, sobre todo en los actuales populismos izquierdistas, es la del ideólogo, no la del político. Tal y como asegura Carrère, no se aprecia la abismal diferencia entre sus proclamas humanistas y unos métodos inhumanos carentes de piedad, y cuando se idealiza una teoría política, lo que menos importa son los comportamientos cínicos, pragmáticos u oportunistas como los que la autora describe en este libro.