jueves, julio 01, 2021

De Caravaggio a Picasso, veinte naturalezas muertas que vivirán para siempre (VIII)

Manet daba una gran importancia a la naturaleza muerta que consideraba como "la piedra de toque del pintor". Harto de la pintura de historia y de todas esas "grandes máquinas" que estorbaban la pintura de su época, afirmaba: "Un pintor puede decir todo lo que quiere con frutas o flores e incluso con nubes. Como saben, a mí me gustaría ser el san Francisco de la naturaleza muerta".
Es verdad que, en la década de 1860, la naturaleza muerta estaba en boga; su nuevo esplendor surgió tras la caída de la antigua jerarquía –de la que se benefició tanto como el costumbrismo y el paisajismo–, el redescubrimiento de un cierto siglo XVIII y la gloria reciente de Chardin, aun cuando las reticencias seguían siendo numerosas frente a obras consideradas esencialmente decorativas y propias del talento femenino. Manet pinta naturalezas muertas durante toda su carrera, composiciones ambiciosas y simples bocetos; es la primera vez que una exposición reúne sesenta y cuatro de estas obras, principalmente pinturas, pero también dibujos y algunos grabados.
Bodegón con anguila y salmonete (1864). Óleo sobre lienzo y papel. 1864. Museo D'Orsay, París, Francia

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