Cada tanto, entre historias atrapantes, ensayos llenos de sabiduría y poemas inspirados, aparece uno de esos textos que no pertenecen a los géneros habituales, pero que igual son literatura, como las antologías de cartas célebres, como las recopilaciones de informes editoriales de lectura... O como los diccionarios escritos en clave de humor.
En este caso, volvemos sobre el creado por Gustave Flaubert: el Diccionario de lugares comunes, una especie de manual de sociabilidad cuyas entradas, de la A a la Z, son palabras o expresiones que se definen no por lo que significan, sino por todo lo que se ha depositado en ese concepto casi desde que fue pronunciado por primera vez. Por ejemplo:
CISNE. Canta antes de morir. Con el ala puede quebrar la pierna de un hombre. El cisne de Cambrai no era un ave, sino un hombre llamado Fenelón. El cisne de Mantua, Virgilio. El cisne de Pesaro, Rossini.
Así, va dando cuenta de los estereotipos y las asociaciones habituales:
AQUILES. Agregar “el de los pies ligeros”; eso hace creer que uno ha leído a Homero.
Bernard Louis Borione: Una lectura por la tarde. |
Con total conciencia, como buen escritor, del aspecto meramente lingüístico: cómo suenan las palabras y junto a qué otras se las emplea habitualmente:
AMBICIÓN. Siempre precedida de “loca”, cuando no es “noble”.
FATALIDAD. Palabra exclusivamente romántica. Hombre fatal: dícese del que tiene ojos penetrantes.
EXCEPCIÓN. Decir que confirma la regla. No arriesgarse a explicar cómo.
EXASPERACIÓN. Constantemente llega a su punto más alto.
Claramente, para Flaubert lo central no es que el lector sepa qué denota un término, sino que se entere de qué debe decir, qué debe hacer o cómo debe reaccionar para que la sociedad lo apruebe, para entonar. Con el objetivo de fondo, en rigor, más de divertir que de enseñar. Y lo logra.
boletines@librosenred.com Boletín 185
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