Dédalo y su hijo Ícaro fueron encerrados en el laberinto por el rey Minos como castigo por haber ayudado a Ariadna y Teseo. El ingenioso Dédalo construyó unas alas con cera y plumas y ambos lograron huir por el aire. Aconsejó a su hijo que no se acercara demasiado a la superficie del mar, pues las gotas de agua empaparía sus plumas, ni demasiado al sol, ya que el calor derretiría la cera.
Charles Paul Lando: Ícaro y Dédalo, 1799, Musée des Beaux-Arts et de la Dentelle d'Alençon, Francia |
Sin embargo, Ícaro se dejó dominar por la alegría y, a pesar de las advertencias de su padre, comenzó a volar cada vez más alto. Finalmente, la cera se fundió y el joven cayó al mar,
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