Para un esteta
Tú, que hueles la flor de la bella palabra,acaso no comprendas las mías, sin aroma.
Tú, que buscas el agua que corre transparente,
no has de beber mis aguas rojas.
Tú, que sigues el vuelo de la belleza, acaso
nunca jamás pensaste cómo la muerte ronda,
ni cómo vida y muerte -agua y fuego- , hermanadas,
van socabando nuestra roca.
Perfección de la vida que nos talla y dispone
para la perfección de la muerte remota.
Y lo demás, palabras, palabras y palabras;
¡ay!, palabras maravillosas.
Tú, que bebes el vino en la copa de plata,
ignoras el camino de la fuente que brota
en la piedra. No sacias tu sed en su agua pura
con tus dos manos como copa.
Lo has olvidado todo porque lo sabes todo.
Te crees dueño, no hermano menor, de cuanto nombras.
Y olvidas las raíces ("Mi obra", dices), olvidas
que vida y muerte son tu obra.
No has venido a la tierra a poner diques y orden
en el maravilloso desorden de las cosas.
Has venido a nombrarlas, a comulgar con ellas
sin alzar vallas a su gloria.
Nada te pertenece. Todo es afluente, arroyo.
Sus aguas en tu cauce temporal desembocan.
Y hechos un solo río, os verteis en el mar
"que es el morir", dicen las coplas.
No has venido a poner orden, dique. Has venido
a hacer moler la muela con tu agua transitoria.
Tu fin no está en ti mismo ("Mi Obra", dices), olvidas
que vida y muerte son tu obra.
Y que el cantar que hoy cantas será apagado un día
por la música de otras olas.
José Hierro, Antología poética. Alianza
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