Había amanecido de nuevo un claro día de otoño, como aquel de muchos años antes, cuando se había marchado del castillo. El recuerdo de aquel tiempo y el dolor por el perdido esplendor de la gloria de su juventud se apoderaron de toda su alma. Los altos tilos del jardín susurraban como antaño, pero la desolación reinaba por todos lados y el viento silbaba a través de los arcos en ruinas.
Entró en el jardín. Estaba desierto y destruido. Sólo algunas flores tardías brillaban acá y allá sobre la hierba amarillenta. Sobre una rama un pájaro cantaba una maravillosa canción que llenaba el corazón de una gran nostalgia.
Era la misma melodía que oyera junto a las ventanas del castillo de Ubaldo. Con terror reconoció también al hermoso y dorado pájaro del bosque encantado.
Asomado a una ventana del castillo había un hombre alto, pálido y manchado de sangre. Era la imagen de Ubaldo.
Horrorizado, Raimundo alejó la mirada de esa visión y fijó los ojos en la claridad de la mañana. De repente, vio avanzar por el valle a la hermosa doncella a lomos de un brioso corcel. Estaba en la flor de su juventud. Plateados hilos del verano flotaban a sus espaldas; la gema de su diadema arrojaba desde su frente rayos de verde oro sobre la llanura.
Raimundo, enloquecido, salió del jardín y persiguió a la dulce figura, precedido del extraño canto del pájaro.
A medida que avanzaba, la canción se transformaba en la vieja melodía del cuerno de caza, que en otro tiempo le sedujera.
Entró en el jardín. Estaba desierto y destruido. Sólo algunas flores tardías brillaban acá y allá sobre la hierba amarillenta. Sobre una rama un pájaro cantaba una maravillosa canción que llenaba el corazón de una gran nostalgia.
Era la misma melodía que oyera junto a las ventanas del castillo de Ubaldo. Con terror reconoció también al hermoso y dorado pájaro del bosque encantado.
Asomado a una ventana del castillo había un hombre alto, pálido y manchado de sangre. Era la imagen de Ubaldo.
Horrorizado, Raimundo alejó la mirada de esa visión y fijó los ojos en la claridad de la mañana. De repente, vio avanzar por el valle a la hermosa doncella a lomos de un brioso corcel. Estaba en la flor de su juventud. Plateados hilos del verano flotaban a sus espaldas; la gema de su diadema arrojaba desde su frente rayos de verde oro sobre la llanura.
Raimundo, enloquecido, salió del jardín y persiguió a la dulce figura, precedido del extraño canto del pájaro.
A medida que avanzaba, la canción se transformaba en la vieja melodía del cuerno de caza, que en otro tiempo le sedujera.
Mis rizos de oro ondean
Y florece mi joven cuerpo dulcemente,
oyó, como si fuera un eco en la lejanía...
Y los arroyos que en el valle silencioso,
Se alejan susurrantes.
Su castillo, las montañas, y el mundo entero, todo se hundió a sus espaldas.
Y el cálido saludo de amor,
Te ofrece el eco de los cuernos de caza.
¡Dulce amor, ven antes de que callen!
resonó una vez más.
Vencido por la locura, el pobre Raimundo siguió tras la melodía por lo profundo del bosque. Desde entonces nadie lo ha vuelto a ver.
Su obra más representativa es la breve novela Historia de un holgazán (1826).
En el relato que se incluye en estas tres entradas, la escribió (a los veinte años) aunque fue publicada póstumamente nos da una versión romántica de una famosa novela medieval: la de la estancia de Tannhäuser en el paraíso de Venus, visto como el mundo de la seducción y del pecado.
Esta leyenda, Sortilegio de invierno, que Wagner transformaría después en ópera, será también la inspiración de otro cuento de Eichendorff, La estatua de mármol (1819), de ambiente italiano. Pero aquí el país del pecado es una especie del doble de nuestro mundo, un mundo paralelo, sensual y angustioso a la vez. Pasar de un mundo a otro es fácil, y volver al nuestro no es imposible; pero el hombre que, después de haber sufrido el encantamiento y haber escapado, quería expirar sus culpas haciéndose ermitaño, al cabo opta por el mundo encantado y sucumbe ante él.
FIN
Joseph von Eichendorff
Sortilegio de otoño (Die Zauberei im Herbste, 1808)
Joseph Karl Benedikt Freiherr von Eichendorff (Castillo de Lubowitz, Alta Silesia, 10 de marzo de 1788 - Neisse, 26 de noviembre de 1857), narrador y poeta, es uno de los autores más brillantes del romanticismo alemán. Autor de poemas impregnados de misticismo y narraciones románticas como: Ahnung and Gegenwart (1815). Es llamado el "cantor del bosque alemán". Junto con Brentano, es el poeta lírico más importante del romanticismo alemán.Su obra más representativa es la breve novela Historia de un holgazán (1826).
En el relato que se incluye en estas tres entradas, la escribió (a los veinte años) aunque fue publicada póstumamente nos da una versión romántica de una famosa novela medieval: la de la estancia de Tannhäuser en el paraíso de Venus, visto como el mundo de la seducción y del pecado.
Esta leyenda, Sortilegio de invierno, que Wagner transformaría después en ópera, será también la inspiración de otro cuento de Eichendorff, La estatua de mármol (1819), de ambiente italiano. Pero aquí el país del pecado es una especie del doble de nuestro mundo, un mundo paralelo, sensual y angustioso a la vez. Pasar de un mundo a otro es fácil, y volver al nuestro no es imposible; pero el hombre que, después de haber sufrido el encantamiento y haber escapado, quería expirar sus culpas haciéndose ermitaño, al cabo opta por el mundo encantado y sucumbe ante él.
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