Degas, que siempre se consideró un pintor realista, se afanó en representar en sus obras la realidad que le rodeaba, por lo que tuvo en la vida parisiense su principal fuente de inspiración. No es de extrañar, por tanto, que se sintiera interesado por el incipiente mundo de los comercios de la capital francesa. Sus visitas a las boutiques de moda acompañando a su amiga Mme. Straus, o a la pintora de origen americano Mary Cassatt, le llevaron a pintar un grupo de obras en las que nos adentra en el París de la alta costura, o en ese mundo de las nuevas tiendas de variedades, genialmente inmortalizado por Émile Zola en El paraíso de las damas.
En la sombrerería es, como apunta Ronald Pickvance, la primera obra de la serie de pasteles dedicados a las sombrererías de París que se presentó al público en una pequeña exposición organizada por el marchante Paul Durand-Ruel en Londres, en 1882. Ya entonces provocó más de una crítica entusiasta, como la de un autor anónimo que hablaba de una «sorprendente pintura de dos jóvenes damas probándose sombreros en una sombrerería» y destacaba la manera en que «seda y plumas, raso y paja, son plasmados rápidamente, con firmeza, con la más acertada de las ejecuciones». Poco después sería vendida por Paul Durand-Ruel al amigo de Degas, el pintor y coleccionista Henri Rouart (1833-1912).
En la sombrerería (1882), de Edgar Degas. Pastel sobre papel. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid |
El artista utiliza una composición de fuerte diagonal que marca la mesa sobre la que descansan los lujosos sombreros decorados con adornos rojos, azules y blancos. El cuidado exquisito con que están pintadas estas prendas recuerda la manera delicada de pintar las faldas y los tocados de las bailarinas. Ahora bien, Degas estaba mucho más interesado en pintar personas en movimiento que objetos inanimados y, aunque los sombreros adquieren un gran protagonismo, las dos mujeres del cuadro, sus gestos y actitudes, centran toda su atención.
La escena, tomada desde detrás de la mesa y con una de las damas de espaldas a nosotros, contemplando a la otra que se prueba el sombrero, nos remite una vez más al encuadre fotográfico, tan característico en Degas. El espectador no mira la tienda desde fuera, sino que está situado dentro de la estancia, detrás del mostrador, en el sitio en el que estaría la sombrerera atendiendo a sus clientas. En el muro del fondo, el escaparate de cristal con un marco dorado es el único elemento que proporciona profundidad al cuadro, al tiempo que permite que se introduzca en la tienda la luz de la calle. La luminosidad de los impresionistas, esa luz de exterior que envuelve el cuadro completo, fue sustituida por Degas por una luz parcial y dirigida, más adecuada a la temática de la vida de la ciudad.
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