Lejos de sus playas con cielos inmensos, de elegantes paseantes paseando por la arena o de jóvenes bordando a la sombra de una sombrilla, Eugène Boudin se dedicó a la naturaleza muerta durante una docena de años, entre 1853 y 1865. Comenzó en el Louvre, frente al maestro del género, Chardin, a quien copió antes de embarcarse en sus propias creaciones donde, como en este cuadro, pintado a mediados de la década de 1850, conservado en el Museo de Arte Moderno André-Malraux, en Le Havre, la luz parece llegar de las propias verduras, brotan de la pulpa anaranjada de la calabaza, los tallos blancos de los espárragos y la ristra de dientes de ajo colocados contra la mantequilla.
Nature morte au potiron (circa 1854-1860), de Euène Boudin. Óleo sobre lienzo. Museo de Arte Moderno André-Malraux, Le Havre |
El fondo es oscuro, tenuemente iluminado: apenas se pueden distinguir las hojas que salen de la canasta. Dos nueces, una a la derecha y otra a la izquierda, colocadas en una precaria posición, invitan a nuestra mirada a adentrarse en la obra. Estos “cuadros de comedor”, como los llamó su autor, fueron comprados –ya veces encargados– por la burguesía de Le Havre. El apodo es injusto: dan testimonio de una sólida maestría y un realismo poético que recuerda a Courbet.
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