Pere Borrell del Caso pintó en 1874 Huyendo de la crítica, probablemente una de las obras más conocidas y reproducidas de la Colección Banco de España, después de las pinturas de Goya. Este pequeño lienzo tuvo originalmente otros títulos: Una cosa que no puede ser, que alude a la tensión entre la segunda y la tercera dimensión del cuadro, pero que podría referirse también a ese espacio exterior al que el protagonista se asoma, entre fascinado y temeroso; y Muchacho saliendo del cuadro, útil descripción de la obra de la que hablamos.
Huyendo de la crítica (1874). Pere Borrel del Caso. Óleo sobre lienzo. Colección Banco de España |
Pere Borrell fue un destacado pintor, miembro de la misma generación a la que pertenecieron otros artistas catalanes, como Mariano Fortuny. Hijo de ebanista, y de comienzos autodidactas, siguió estudios en la Escuela de Bellas Artes de la Lonja de Barcelona y en 1868 abrió una academia de dibujo en la misma ciudad, que llegó a ser muy popular, con métodos pedagógicos basados en la observación y reproducción de objetos reales y el fomento de la pintura al aire libre, algo poco habitual en esa época.
Borrell fue un pintor adscrito a la corriente del realismo que dominó en Europa en la segunda mitad del siglo XIX. Su catálogo incluye una amplia variedad de géneros, pero el tipo de obras que mejor lo caracterizan son los trampantojos, representaciones en los que se extrema el efecto ilusionista y se trata de confundir lo pintado con lo real. El inicio de su dedicación al género data de 1874, a raíz de la popularidad que alcanzó esta obra en la Exposición de Bellas Artes de Barcelona. Desde entonces, jugó con frecuencia con las posibilidades ilusionistas de colocar a un personaje en una ventana o, muy frecuentemente, asomándose e incluso saliendo de un marco fingido.
Ese marco fingido sirve en este caso de apoyo a un muchacho que trata de escapar de su propio cuadro, un recurso que alude a la aspiración de la pintura occidental de buscar la ilusión de tridimensionalidad. Aunque el cuadro fue alabado por el público desde su presentación, fue también objeto de las reticencias del crítico y afamado intelectual Apel·les Mestre (1854-1936), que lo definió como una «trivial y pueril [...] broma». Descartaba así una obra en la que «realismo» se equiparaba a «ilusionismo», en un momento en que se estaba pidiendo a la pintura un nuevo compromiso con la realidad. Poco tiempo después, empieza ya a conocerse esta obra como Huyendo de la crítica, conectando así con otro de los tópicos fundamentales de la pintura en la Edad Moderna y, sobre todo, de la contemporánea: el peso de la crítica y su condición de corsé inevitable con el que tiene que «luchar» el artista. Pere Borrell sufrió también en la última etapa de su vida el sarcasmo de algunos representantes del Modernismo, pese a que había sido maestro de varios de ellos.
Desde el punto de vista de su composición, el cuadro pertenecía también a una ya larga tradición, que se remontaba a finales de la Edad Media. Entre los primitivos flamencos habían sido relativamente habituales las escenas en las que una figura aparece enmarcada por una ventana, y ella misma o los objetos depositados sobre el alféizar parecen invadir el espacio del espectador. Con el tiempo, esa fórmula se hizo más compleja a través de la sustitución de la ventana por un marco pictórico fingido, con lo que se jugaba con la doble ilusión de que no era la figura supuestamente «viva» la que desbordaba su «prisión», sino que se trataba de una figura explícitamente pictórica la que ponía en tensión la idea de marco y bidimensionalidad. Con ello, se profundiza en otro de los temas queridos por la tradición occidental, el del «cuadro dentro del cuadro».
Cuando Borrell abordó la realización de su cuadro, contaba por tanto con un buen número de precedentes (en el contexto español es bien conocido el Autorretrato de Murillo, en la National Gallery de Londres), pero Huyendo de la crítica supone una destacada aportación a esta tipología, pues en el cuadro se lleva un paso más allá la lógica del trampantojo: no es un objeto o una figura estática que parece pertenecer a nuestro propio espacio, sino que es un personaje del cuadro que toma una parte muy activa dentro de ese juego, y, viéndose prisionero en su cárcel pictórica, pugna por superar el espacio representado para integrarse en el espacio real.
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