Una obra imprescindible para entender detalladamente lo que sucedió durante 1917 en Rusia es la escrita por el historiador británico E.H. Carr, y publicada en varios volúmenes con el título Historia de la Rusia soviética (Alianza, Madrid, 1985). Este libro de Carr no es asequible al gran público; pero el propio historiador publicó más tarde una síntesis de los principales hechos del periodo comprendido entre 1917 y 1929 con el título La Revolución rusa (Alianza, Madrid, 2014). Carr explica el contexto en el que se produjo la llegada de los bolcheviques al poder y la construcción de la burocracia soviética, así como la deriva ideológica tras la muerte de Lenin.
Pero es necesario, sin embargo, situar los sucesos de 1917 en coherencia con la historia rusa. En este sentido, Orlando Figes ofrece en La Revolución rusa: 1891-1924. La tragedia de un pueblo (Edhasa, Madrid, 2010), un amplio fresco sobre el último período del zarismo y analiza sus principales debilidades administrativas. Figes ayuda a comprender el trasfondo de las insurrecciones y completa su narración con numerosa documentación y fuentes de la época.
Ha aparecido recientemente en castellano el libro de Richard Pipes, La Revolución rusa (Debate, Barcelona, 2016), que cubre un espectro temporal más reducido (desde la revuelta de 1905 hasta 1920) y que culpa de la revolución al radicalismo de los intelectuales y a su ideología materialista. Cuando se publicó la obra, en 1992, hubo cierta polémica. Según Pipes, la Revolución de octubre no fue una ruptura con la historia política rusa, sino un acontecimiento que se situaba en continuidad con el atractivo que para la cultura y el pueblo ruso había tenido siempre la autocracia. Por otra parte, Pipes es crítico con los intérpretes que tratan de minimizar la violencia de la Revolución de octubre y que subrayan sus logros: fue, dice, el inicio del régimen más sangriento del siglo XX.
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