Huidos de una patria arrasada, los troyanos llegan a Cartago desviados de su rumbo hacia Italia a causa de la tempestad provocada por la diosa Juno. Allí los recibe su reina, Dido, a quien el caudillo Eneas solicita hospitalidad. Venus (Afrodita) –madre del héroe–, para que ésta acceda y no lo traicione, envía a Cupido con la misión de que la enamore de Eneas. Dido había jurado mantenerse fiel a su difunto marido Siqueo, pero nada puede hacer alentada por su hermana Ana y rendida por la intervención de Cupido (que se se sienta en su regazo adoptando la forma de Ascanio –hijo de Eneas– para poder clavarle sus flechas).
Pierre-Narcisse Guérin: Eneas contándole a Dido las desgracias de Troya, 1815. Óleo sobre lienzo. Museo del Louvre, París, Francia |
A instancias de Juno, Venus acuerda con ella propiciar que Dido y Eneas se casen y reinen juntos en Cartago. Juno así lo desea por el rencor que arrastra contra los troyanos desde el famoso juicio de Paris y la Guerra de Troya (de este modo se vengaría consiguiendo que Eneas nunca llegue a fundar la que en el futuro será la gloriosa estirpe romana). Venus, sabiendo cuál es el verdadero destino de su hijo, finge aceptar el trato para que los favores de Dido allanen el reavituallamiento de la flota troyana.
Así pues, Juno manipula los acontecimientos para que en Cartago se organice una cacería, durante la cual desata una tormenta que obliga a Dido y a Eneas a cobijarse en una cueva. Esa noche yacen juntos, momento a partir del cual se solazan largamente en los placeres del amor. Ante el retraso que ello ocasiona, Júpiter envía a Mercurio para que le recuerde a Eneas que no son esos los designios del hado, sino que debe partir hacia Italia. El héroe, pese al dolor que le ocasiona, obedece la voluntad divina y deja Cartago. Tremendamente desconsolada y ofendida, Dido intenta olvidarlo con ayuda de su hermana, pero no puede. Es por eso que decide suicidarse maldiciendo el abandono de Eneas. Desde ese momento arranca el histórico odio de Cartago hacia Roma.
Dido y Eneas, 10 a. C.-45 d. C. Fresco romano. Pompeya, Italia |
Anónimo: Marcha de Eneas, siglo XIX. Óleo sobre lienzo. |
En el posterior capítulo VI de la Eneida, cuando Eneas desciende al inframundo griego con ayuda de la Sibila de Cumas, la encuentra vagando por los Prados Asfódelos, entre los muertos por amor. Comprendiendo entonces que la reina había cometido suicidio a su partida, trata de explicarle con gran pesar que él no quería abandonarla, que los dioses habían labrado así su destino. Pero el fantasma de Dido parece no poder escucharle y continúa su absorto camino tras la sombra de Siqueo.
Otras representaciones artísticas:
Otras representaciones artísticas:
Sir Nathaniel Dance-Holland: Encuentro de Dido y Eneas. Óleo sobre lienzo. Tate Britain, Londres, Reino Unido |
Rutilio Manetti: Dido y Eneas, circa 1630. Óleo sobre lienzo. Museo de Arte del Condado de los Ángeles, California, Estados Unidos |
Conjunto de tapices sobre Dido y Eneas: Dido y Eneas huyen de la tormenta, (detalle). Ayuntamiento de Nijmegen, Países Bajos (Holanda) |
Conjunto de tapices sobre Dido y Eneas: Eneas se despide de Dido. Ayuntamiento de Nijmegen, Países Bajos (Holanda) |
Gerard or Gérard (de) Lairesse: Eneas en el banquete de Dido, 1669. Colecciones estatales de pintura de Baviera |
Jean-Bernard Restout: Salida de caza de Dido y Eneas, siglo XVIII. |
Karel Škréta: Dido y Eneas, circa1670. Óleo sobre lienzo. Galeria Národni, Praga, República Checa |
Pompeo Batoni: Dido y Eneas, 1747. Óleo sobre lienzo. |
(cont.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario