Un día, mientras caminaba mirando las estrellas, Tales cayó en un hoyo. Una anciana que pasaba por allí lo miró y le dijo: "Pretendes observar las estrellas y ni siquiera ves lo que tienes a tus pies".
Tales afirmaba que no había diferencia entre la vida y la muerte. Un curioso que escuchaba sus palabras le preguntó que, si ambas eran iguales, por qué no se moría. El filosofo contestó: "Por eso mismo, porque no hay diferencias".
A los veintidós años de edad, Tales ya se consideraba demasiado viejo para casarse. Nunca se sintió inclinado por el matrimonio ni por la paternidad. Un día, Ferécides de Siro le preguntó la razón de su deseo de no tener hijos. Tales sonrió, lo miró a la cara y afirmó con ironía: "Siento demasiado cariño por los niños".
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