La dureza de la vida militar y la falta de botines valiosos hicieron que el ejército egipcio nunca fuera demasiado numeroso, ya que la guerra no era considerada una actividad tan gloriosa como la de los sacerdotes y los escribas.
Dos tercios de las tropas estaban formados por mercenarios nubios, libios y asiáticos, mientras que el resto procedía de reclutamientos forzosos. El faraón recompensaba a los oficiales y a los soldados destacados con casas, tierras, esclavos, collares de oro y armas decoradas con piedras preciosas.
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