Dulce María Loynaz nació en La Habana (Cuba) el 10 de diciembre de 1902. Su padre, Enrique Loynaz del Castillo, general del Ejército Libertador, de cuya pluma brotó la letra del Himno Invasor; la madre, aficionada al canto, la pintura y el piano, combinación que despertó en Dulce María Loynaz un amor desmedido por la poesía. Publicó sus primeros versos en periódicos y revistas habaneros y su libro iniciático data de la ya lejana fecha de 1938. Este es el lindero de la época en que se vincula con grandes figuras del mundo hispanoamericano como Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Rafael Marquina, Carmen Conde, entre otras. Acoge en su casa, en las llamadas «juevinas» (las más afamadas tertulias literarias cubanas desde las organizadas en el siglo diecinueve por Domingo del Monte) a Emilio Ballagas, Gonzalo Aróstegui, María Villar Buceta, Angélica Busquet y otros intelectuales de la isla. Toda esta etapa sin par, que pudiéramos llamar de formación, se extiende hasta los años cuarenta y es narrada de manera inigualable en unas sui géneris memorias tituladas Fe de vida, que la autora dedica a su segundo esposo Pablo Álvarez de Cañas, periodista canario radicado en Cuba. No sin razón, alguna crítica ha visto en Fe de vida una suerte de novela de aventuras o romance, en el sentido que otorga Frye, por lo que creo un regalo esencial la consulta de un texto como este para potenciar cualquier análisis crítico o aquilatar la simple, primaria información.
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