Pompeya (fl. siglo I a. C.), segunda o tercera esposa de Julio César, era hija de Quinto Pompeyo Rufo, un antiguo cónsul, y de Cornelia, hija del dictador romano Lucio Cornelio Sila. Era una mujer hermosa y encantadora pero tal vez no muy inteligente. César se casó con ella en 68 a. C., después de haber ejercido las funciones de cuestor en Hispania, y tras la muerte de su primera esposa, Cornelia, el año anterior.
En 63 a. C., César fue elegido pontífice máximo (es decir, sumo pontífice de la religión romana), lo que le daba derecho a residir en la domus publica, residencia oficial en la Vía Sacra. En esta casa, Pompeya acogió las fiestas de la Bona Dea (en español, la Buena Diosa), una antigua diosa romana, en cuya fiesta anual estaba prohibida toda presencia masculina.
Sin embargo un joven patricio, Publio Clodio Pulcro, consiguió introducirse en la casa, disfrazado de mujer, aparentemente con el propósito de seducir a Pompeya. Fue desenmascarado y perseguido por profanación. César no aportó ninguna prueba contra Clodio durante el juicio, y este fue absuelto.
El gran Julio la perdonó, pero más tarde la repudió y decidió pedir el divorcio. Su argumento, que llego a convertirse en una frase proverbial, fue que "la mujer del César debe estar libre de toda sospecha", es decir, que no sólo debía ser honesta, sino también parecerlo.
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