lunes, febrero 02, 2015

Literatura con humor

De Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza: “Los seres humanos son cosas de tamaño variable. Los más pequeños de entre ellos lo son tanto, que si otros seres humanos más altos no los llevaran en un cochecito, no tardarían en ser pisados (y tal vez perderían la cabeza) por los de mayor estatura. Lo más altos raramente sobrepasan los 200 centímetros de longitud. Un dato sorprendente es que cuando yacen estirados continúan midiendo exactamente lo mismo. Algunos llevan bigote; otros barba y bigote. Casi todos tienen dos ojos, que pueden estar situados en la parte anterior o posterior de la cara, según se les mire. Al andar se desplazan de atrás a delante, para lo cual deben contrarrestar el movimiento de las piernas con un vigoroso braceo. Los más apremiados refuerzan el braceo por mediación de carteras de piel o plástico o de unos maletines denominados Samsonite, hechos de un material procedente de otro planeta”.
"El humor, aunque sea universal, no es en todas las literaturas el mismo tipo de humor. No nos reímos por las mismas cosas, ni, por decirlo así, de la misma manera. El humor verbal de Inglaterra –las paradojas de Wilde, los diálogos de Bernard Shaw, los epigramas del doctor Johnson– es menos físico que los irresistibles garrotazos recibidos por don Quijote y Sancho e infinitamente más moralista que los catálogos escandalosos de Gargantúa. La risa de García Márquez no es la risa de Gogol o de Chejov. El humor argentino es ambiguo, dudoso; está siempre al borde de aquella categoría que inventó Macedonio Fernández: el casi chiste. Puede llegar a ser negro, herético, paródico, incluso absolutamente cómico, pero siempre tiene un sarcástico matiz de crueldad (…)."
Como puntualiza el escritor argentino Abelardo Castillo, los tipos de humor son muchos y todos ellos tienen su correlato literario.
El ridículo, por ejemplo, es uno de los recursos más antiguos para generar comicidad. Y una muestra es El Quijote, lleno de situaciones disparatadas a causa de la inflamación imaginativa de su protagonista, producida por haber leído demasiados libros de caballería. Entre los episodios más recordados, naturalmente, está el embate del Quijote a los molinos de viento (representado en la ilustración de abajo), por creerlos gigantes con los que se podía batir y así ganar gloria; la aventura termina con él maltrecho y justificando su desajuste con la realidad por un encantamiento momentáneo en su contra: "Calla, amigo Sancho, respondió Don Quijote, que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza, cuanto más que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón, que me robó el aposento y los libros, ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la voluntad de mi espada."
También la parodia, como en los cuentos de Roberto Fontanarrosa sobre el (inventado, caricaturizado) autor de aforismos, Ernesto Esteban Echenique: "Sus ojos se llenan de lágrimas con una facilidad conmovedora. El simple hecho de contemplar una puesta de sol, el vuelo de un ave, el alejarse de un ómnibus o bien, la sombra de una guía telefónica proyectada sobre una pared, obtiene el milagro, repetido milagro, de que sus pupilas se empañen y sus labios se vean estremecidos ante la inminencia del llanto".
Otro procedimiento es la acumulación de absurdos que desafían nuestra lógica, como el cuento El zapallo que se hizo cosmo, de Macedonio Fernández. Inicio: Érase un zapallo creciendo solitario en ricas tierras del Chaco. Favorecido por una zona excepcional que le daba de todo, criado con libertad y sin remedios fue desarrollándose con el agua natural y la luz solar en condiciones óptimas, como una verdadera esperanza de la Vida. Su historia íntima nos cuenta que iba alimentándose a expensas de las plantas más débiles de su contorno, darwinianamente; siento tener que decirlo, haciéndolo antipático. Pero la historia externa es la que nos interesa, esa que sólo podrían relatar los azorados habitantes del Chaco que iban a verse envueltos en la pulpa zapallar, absorbidos por sus poderosos raíces.
La primera noticia que se tuvo de su existencia fue la de los sonoros crujidos del simple natural crecimiento. Los primeros colonos que lo vieron habrían de espantarse, pues ya entonces pesaría varias toneladas y aumentaba de volumen instante a instante. Ya medía una legua de diámetro cuando llegaron los primeros hacheros mandados por las autoridades para seccionarle el tronco, ya de doscientos metros de circunferencia; los obreros desistían más que por la fatiga de la labor por los ruidos espeluznantes de ciertos movimientos de equilibración, impuestos por la inestabilidad de su volumen que crecía por saltos.
Cundía el pavor."
Y el humor negro, la suma de equívocos, los juegos de palabras, lo escatológico (como en Gargantúa y Pantagruel, de François Rabelais) y el extrañamiento, que desautomatiza cómo percibimos el mundo; basta recordar el libro Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza (crónica en primera persona de un extraterrestre caído en la Tierra a través de cuya percepción podemos tomar conciencia de nuestros absurdos humanos), o las instrucciones para las tareas más cotidianas y sencillas, como subir las escaleras, de Cortázar: "Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie."
Muchas son las clases de humor y todas ilustrables en una larga lista de cultores.
Adaptado de autores@librosenred.com

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