El placer de los meteoros
Traducción de Vanesa García Cazorla
Errata naturae
Madrid
2024
232 págs.
Una oda a la alegría, un elogio de la materialidad fugaz de los fenómenos: explorar, nombrar y compartir el júbilo de lo efímero para llevar con plenitud una existencia en perpetuo devenir.
¿Los meteoros? Nos hemos acostumbrado a llamar “meteoros” únicamente a los astros errantes, las estrellas fugaces o los rayos. Ahora bien: todos los fenómenos que tienen lugar en la atmósfera responden a este hermoso nombre. El granizo, la niebla y los pétalos de la rosa de los vientos son meteoros, como lo son también la cencellada, la cellisca y el deshielo, el arco iris y el halo de la luna, y como lo son asimismo los silenciosos relámpagos de la canícula, en los que se libera la angustia de las noches de julio; meteoros son, por último, el arrebol del ocaso y los verdes centelleos del alba. Tras devolverles su verdadero nombre a todos estos semidioses alados, también tendremos que devolver a nuestros embotados sentidos su sutileza original. A partir de entonces, todos los placeres de los meteoros volverán a mostrarse accesibles para nosotros».
Marie Gevers pasó toda su infancia en la finca familiar de Missembourg —paraíso verde legendario ya en la historia de la literatura belga—: su casona, su estanque y su jardín son el marco de esta narración fulgurante. En este libro mágico y secreto, en esta joya escondida, caprichosa y llena de encanto, se narra la historia de una iniciación: la de una mirada entrenada para ver el lado misterioso de las cosas. A través de la amorosa observación de la naturaleza que la rodea, con una prosa evocadora y exquisita, y mejor que muchos tratados filosóficos, Marie Gevers nos incita a descubrir la inanidad de nuestros odios o la fragilidad de nuestras aspiraciones; nos devuelve sin cesar a lo esencial, que es el lento ascenso de la vida, a pesar de los cataclismos y los furores.
Marie Gevers (Edegem, 1883-1975) escritora y académica, eligió el francés como lengua literaria, a pesar de sus orígenes flamencos. Nunca fue a la escuela: la educó su madre, quien le impartía Historia, Geografía y Literatura, mientras que un profesor privado le daba clases de Aritmética. Recibió una educación mitad francófona, mitad flamenca, lo que reverbera en todo su universo literario. La armonía y la serenidad que emanan de su producción reflejan su personalidad acogedora y generosa. Publicó su primer poemario, Missembourg, en 1918, y con él llamó la atención de los grandes poetas contemporáneos Émile Verhaeren y Max Elskamp. Más tarde, a partir de La Comtesse des digues (1931), se dedicó a la narrativa. Además de El placer de los meteoros —que era su libro favorito—, entre sus obras cabe destacar Madame Orpha (1933) y Vie et mort d’un étang (1950), de próxima publicación en Errata naturae. Fue la primera mujer en entrar en la Real Academia de la Lengua y Literatura Francesa de Bélgica, el 9 de abril de 1938. Colmada de honores, respetada por todos, murió mientras dormía el 9 de marzo de 1975.
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