Tanto en Roma como en Grecia se consideraba al pescado como una exquisitez que por su alto precio solo los muy acomodados podían permitirse con cierta regularidad. Según Plinio, en su tiempo, un pescado caro costaba lo mismo que contratar un cocinero. Todavía a finales del Imperio el precio del pescado era caro.
Catón el Censor criticaba a sus vecinos porque eran capaces de pagar por un rodaballo más que por una buena vaca.
Horacio que era de la misma opinión, increpó así a un conocido: "te has arruinado para pagar un rodaballo y sólo te queda el dinero justo para comprar la soga con la que te vas ahorcar."
Horacio que era de la misma opinión, increpó así a un conocido: "te has arruinado para pagar un rodaballo y sólo te queda el dinero justo para comprar la soga con la que te vas ahorcar."
En cierta ocasión, César Augusto rivalizó con Apicio por un rodaballo que Tiberio había sacado a subasta. El emperador se hizo con la mercancía, pero pagó más de lo que valía el pescador que lo había capturado.
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