
Cuando el autor instaló en la pequeña localidad francesa su biblioteca pensó que por fin, al igual que sus libros, había encontrado su lugar en el mundo. Se equivocaba.
En esta obra (un elegía acompañada de diez digresiones), Manguel reflexiona sobre la relación del lector con su biblioteca y reivindica el poder de la palabra y la importancia de los libros a la hora de construir una identidad propia y de crear vínculos emocionales y recuerdos: “Con frecuencia he sentido que mi biblioteca explicaba quién era yo, me otorgaba una personalidad cambiante que se transformaba constantemente con el correr del tiempo”.
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