sábado, abril 26, 2025

Libros: Trueno

Trueno

Una historia de arte, vida y muerte

Laura Cumming
Traducción de Sion Serra Lopes
Crítica
2024
304 págs.
La autora, periodista y crítica de arte, habla en este libro de los pintores de la Edad de Oro holandesa, con especial atención a Carel Fabritius (Midden-Beemster, 1622-Delft, 1654). También recuerda con emoción a su padre, James Cumming, un conocido pintor escocés y profesor en la Escuela de Arte de Edimburgo, que falleció relativamente joven y que la introdujo en el arte neerlandés: el primer viaje familiar que hizo, siendo una niña, fue a los Países Bajos. El título alude a la gigantesca explosión que ocurrió en 1654, en un polvorín de Delft, una ciudad entonces de unos 25.000 habitantes, en la que murieron centenares de personas y también el joven Fabritius, con 32 años.
El libro ofrece los datos que se conocen del pintor, considerado el “eslabón perdido” entre Rembrandt y Vermeer, pues estudió unos años con el primero y se sabe que Vermeer poseía varias obras suyas. Ahora bien, no hay pruebas de que este último recibiera sus lecciones.
La explosión que acabó con su vida destruyó también su casa y su taller, por lo que solo se han conservado doce obras de muy diversos tamaños y temáticas; no parece haber trabajado nunca a la misma escala, ni abordó motivos recurrentes. Tampoco se puede decir que se decidiera por un estilo definitivo. Uno de sus cuadros más conocidos es El jilguero (que hizo más famoso hace unos años una novela de Donna Tart con el mismo título).
Cumming comenta las obras de otros pintores holandeses y señala que “se fijan en algo que sus coetáneos de otros países pasaron por alto: instantes de realidad no mediatizada, extrañas escenas secundarias y poses desenfadadas”. Entre otros, por ejemplo, se refiere a los cuadros de alimentos de Adriaen Coorte, que “no son sedantes, sino que viven del asombro y la admiración que provocan”; o los de Pieter de Hooch, a quien le interesa mirar hacia el mundo desde las ventanas o los umbrales. Confiesa que son cuadros que la ayudan a enfrentarse a la pregunta de cómo vivir en el aquí y ahora. Explica que, aunque sean obras esencialmente descriptivas y no narrativas, no están hechas para ser interpretadas como suelen hacer los iconólogos que ven símbolos en todo.
El libro está muy bien escrito y también gana al lector por la calidez con la que Cumming habla de su padre. Subraya de distintos modos cómo el arte pictórico ilumina la vida y amplía nuestro mundo, pues nos “ofrece otros ojos con los que ver, otras formas de ver, otras visiones de la existencia”.

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