martes, junio 18, 2019

Libros: El viento

El viento

Dorothy Scarborough
Traducción de Sara Álvarez Pérez
Errata naturae
Madrid
2019
328 págs.
Obligada a abandonar su Virginia natal, Letty, una joven huérfana tan delicada como hermosa —y acostumbrada a una vida alegre y cómoda—, se instala con su único primo y su familia en una Texas hostil, casi desértica, una tierra víctima de una sequía apocalíptica que parece odiar a todos los seres humanos. Las tormentas de arena obligan a los vecinos a esconderse durante días, la sequía asemeja una condena bíblica, los animales apenas pueden sobrevivir y muchos de ellos vagan sin rumbo hasta morir. Aquí, muy rápidamente, el vacío y la tristeza empañan los días. Acosada por esa terrorífica naturaleza con la que tendrá que enfrentarse como a un espectro surgido desde el fondo de sí misma, Letty descubrirá una realidad muy alejada de la fértil Virginia donde pasó su infancia.
Podríamos decir que El viento, por cuyas páginas vaga el fantasma de la locura, es una gran novela «gótica americana», con ecos de Cumbres borrascosas y de muchos textos británicos decimonónicos que formaron parte del bagaje literario de Dorothy Scarborough —con páginas a la altura de otra gran recreación brontëana: Ancho mar de los Sargazos, de Jean Rhys—, pero también se trata de un alegato protofeminista sobre la dura vida de las mujeres del Oeste, donde surgen interesantes conexiones entre la clásica novela de terror por capítulos y el miedo a vivir en medio de la soledad y lo desconocido, sin otras mujeres en kilómetros a la redonda.
«Era un espectáculo extraño e impresionante: las inmensas llanuras desiertas brillando en tono gris argentado bajo un claro de luna de aires sobrenaturales y el bulto sombrío de los animales, con sus largos cuernos, que brillaban como lanzas pulidas. (…) ¿Sentirían los muertos lo que ella sentía, una lacerante nostalgia por regresar al lugar y a las personas que siempre la habían rodeado? (…) Porque el lugar donde había crecido era tan distinto de éste al que la habían condenado ahora… Era capaz de percibir cada aroma de los bosques, cada brisa vagabunda, la caricia de las hojas o los helechos, la frescura del agua; oía cada trino y cada sonido del bosque. Llevaba una doble vida: una vida exterior, aquí, en la llanura agostada por la sequía, y una vida interior, en la que había regresado a Virginia. En ocasiones se preguntaba con ansiedad si su nostalgia y sus sufrimientos no le provocaban un cierto desequilibrio mental. En su tierra natal, los pájaros cantaban y construían sus nidos. Aquí, ningún pájaro cantaba, puesto que ya no quedaba ninguno. Habían muerto de hambre o habían emigrado hacia climas más verdes y clementes. ¿Acaso el infierno sería un lugar sin árboles ni pájaros? El infierno era un lugar donde los vientos soplaban sin descanso… Vientos demoníacos… Letty temía ya los vientos de verano, y el pensamiento de los que traería el invierno la perseguía día y noche».

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