Los filósofos escépticos y los estoicos compartían el desprecio por el cuerpo y la realidad material. Durante un banquete con Nicocreonte, tirano de Chipre, y Alejandro Magno, éste le preguntó a Anaxarco si le había gustado la comida. El filósofo contestó que la había encontrado más de su gusto si, junto con el postre, le hubieran servido también la cabeza de un tirano. Nicocreonte fingió no darse por aludido, pero conservó el ultraje en su memoria.
Años después Anaxarco naufragó en la playas de Chipre. Capturado por orden del tirano, fue encadenado en un enorme mortero y los verdugos lo machacaron con mazas de hierro. Mientras lo torturaban, gritó: "¡Puedes machacar la envoltura de Anaxarco, pero no Anaxarco!" Harto de oírlo, el tirano ordenó que le cortarán la lengua, pero antes se la cortó a mordiscos y antes de expirar, se la escupió a la cara.
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