y han redoblado su actividad los gorriones del parque.
Se les ve por allí recogiendo ramas,
más allá, gritando con una inusitada alegría,
Haciendo mil malabarismos y piruetas en el aire.
¡Qué juvenil algarabía!
En la madrugada, junto a la farola de la esquina oeste del parque
están esas mariposas muy pálidas, muy blancas,
que reciben la vida de la cálida luz de la bombilla.
Pequeñas, silenciosas, montones de plumas sueltas alrededor de la farola.
¡Qué frágiles las mariposas!
Por las paredes del parque, que lo separan de la ruidosa calle,
llena de automóviles, de gente que tiene prisa,
se observa el avance de un manto verde.
Va ganándole terreno al municipal color gris del muro.
Día a día, centímetro a centímetro, se le ve llegar a lo más alto.
A trozo, también, su tonalidad es de un verde nuevo
y en otros, ya maduro, más cansado de escalar.
¡Es suave! ¡Suave vello que le crece al muro!
¡Suave y verde el musgo del parque!
Allí, diminuta procesión de negros cofrades, monótonas y seguras las hormigas.
¡Cuánto trabajo tienen! Nada las detiene, firmes y voluntariosas,
hasta que desaparecen en el seno de la tierras
o como grandes aventureras, se les ve alzarse por la corteza del árbol.
Y a lo lejos, entre miles de zumbido de zumbidos,
rodeadas de mil colores, parecen que estén bailando las abejas.
Sonoros violones los de sus alas, que alegran con sus notas
la pista que conforman más de un millar de flores.
Que para devolver, honor por honor,
no solo con su aroma acompañan el cotidiano trabajo
de las obreras, sino con sus entrañas.
¡Misteriosos y bellos, flores e insectos!
Ahora, una gota cristal minúsculo, y otra... Está lloviendo en el parque.
Ya no se ven a gorriones, mariposas, hormigas ni abejas...
Hasta las flores se han vuelto grises.
Un escalofrío me recorre el cuerpo.
Me doy cuenta ¡Aún no ha muerto el invierno!
Anonymus, Regreso al sur. Canto de primavera, 1979.
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