Según la versión del Pseudo-Apolodoro y la de Pausanias, un oráculo había anunciado a Acrisio, rey de Argos, que moriría a manos de su propio nieto. Para evitarlo, Acrisio hizo encerrar a su hija Dánae en una torre de bronce (o en una cámara subterránea de ese material) para impedir que tuviera trato con ningún varón. Sin embargo, el rey de los dioses, Zeus, se transformó en una lluvia de oro que cayó en Dánae desde el techo y la dejó embarazada. Pero había otra tradición que decía que había sido Preto, hermano de Acrisio, quien había seducido a Dánae.
En cualquier caso, la princesa concibió a Perseo. Al enterarse Acrisio, no creyendo divino el nacimiento del niño, lo arrojó con Dánae al mar en un cofre de madera. El mar fue calmado por Poseidón a petición de Zeus, y la madre y el hijo sobrevivieron y alcanzaron la costa de la isla de Sérifos. En esa isla gobernaba el rey Polidectes, y su hermano Dictis recogió a la mujer y al niño, al que criaría como si fuera su hijo.
Michelangelo Merisi da Caravaggio: Cabeza de Medusa, 1598. Óleo sobre tela y tabla. Galería Uffizi, Florencia, Italia |
Invitado a cenar por el rey Polidectes, Perseo y sus amigos discutieron qué regalos deberían llevar a su anfitrión. La mayoría decidió llevarle un caballo, pero Perseo que no tenía ninguno, dijo que le llevaría la cabeza de Medusa, una espantosa gorgona y podía convertir en piedra a los hombres sólo con la mirada.
Perseo sosteniendo la cabeza de Medusa. Siglo I. Fresco. Pompeya, Italia. |
Perseo partió, guiado por los dioses Atenea y Hermes, en busca de las hijas de Forcis: las Grayas, hermanas de las gorgonas. Las grayas eran tres ancianas que sólo tenían un ojo y un diente para las tres, y se los iban pasando una a otra. Perseo les arrebató el ojo y el diente, y, a cambio de devolvérselos, las obligó a confesar dónde vivían las ninfas. Las ninfas le dieron un zurrón magico para contener la cabeza sin peligro, unas sandalias aladas y el casco de Hades, que hacía invisible a quien se lo ponía. Hermes le dio una hoz hecha de diamantes, y Atenea le entregó un escudo de bronce, brillante como un espejo.
Pertrechado con estos objetos, Perseo llegó a introducirse en la morada de las Gorgonas, que, como las Grayas, eran hijas de Forcis. Mientras estaban dormidas las Gorgonas, Perseo se acercó a ellas. Atenea guió la mano de Perseo, que además usó como espejo el escudo de bronce que le había prestado la diosa para ver a Medusa sin mirarla directamente. Así, Perseo alcanzó a cortar la cabeza de la Gorgona, de la que nacieron el caballo alado Pegaso y el gigante Crisaor, y la guardó en el zurrón que le dieran las ninfas y huyó. Esteno y Euríale, las hermanas inmortales de Medusa, buscaron a Perseo pero no pudieron encontrarlo porque el casco de Hades lo hacía invisible.
Benvenuto Cellini: Perseo, 1554. Brocen. Loggia dei Lanzi, Florencia, Italia |
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