unque a Guillermo Gómez Gil se le identifica, dentro del panorama pictórico español, como marinista, en su biografía comprobamos que fue esencialmente un pintor dedicado a la realización de una pintura comercial; de hecho, si las circunstancias se lo exigían participaba en exposiciones con floreros y pintura orientalista. La obra que nos ocupa pertenece a esta intención, siendo encuadrable en el género costumbrista a pesar de lo tardío de su realización.
La composición se centra en torno a la fuente de Reding, hito que personaliza los planes urbanísticos de proyección hacia el este de Málaga. En origen fue símbolo de un programa de modernización de las infraestructuras de la ciudad en el siglo XVII (1675), según consta en las lápidas que adornan su frontal, reformado con un mascarón en forma de pez en época de Carlos IV. La fuente de Reding abría una de las principales vías de acceso a la ciudad –el llamado camino de Vélez–, y fue el elemento generador de una placeta en donde se propiciaban escenas costumbristas, como pueden ser las referidas al aprovisionamiento de agua por las clases populares.
En el siglo XIX se integró en un área residencial de viviendas unifamiliares u hotelitos habitados por la alta burguesía malagueña, por lo que su personalidad se incrementó convirtiéndose en referencia histórica de una zona sinónima del progreso y la riqueza económica de la ciudad.
La fuente de Reding (c. 1880-1885). Óleo sobre lienzo. Museo Carmen Thyssen, Málaga |
La fuente fue objeto de la atención de José Moreno Carbonero y Rafael Murillo Carreras, que pintaron obras similares a la de Gómez Gil, presumiblemente la de aquéllos a partir de 1885, fecha de la urbanización del lugar, ya que este proceso queda reflejado en detalles de los cuadros como las farolas, en el de Moreno Carbonero, y una alameda, en el de Murillo Carreras, ausentes ambos elementos en el cuadro de Gómez Gil.Aunque sin datar, la obra que nos ocupa podríamos encajarla en la primera etapa de su producción, y anterior a los lienzos de los citados autores, ya que el enclave referido por Gómez Gil presenta el camino flanqueado por viviendas humildes y sin signos de urbanización.
La composición también sugiere un apego excesivo a normas académicas al estar centrado el espacio por un jinete sobre un burro con serones para transportar mercancías, que sirve de eje distribuidor. La fuente y los aguadores ocupan la masa de la izquierda y el camino de Vélez, transitado por una carreta, a la derecha.
Tanto el jinete como la aguadora, aislados en sus respectivos espacios, mantienen esquemas iconográficos que reproducen prototipos de raíz costumbrista. La técnica, en general de contornos muy marcados, aísla las formas y ofrece unos perfiles duros y algo estereotipados. Por último, la paleta –muy brillante y festiva– denota un vínculo estrecho con las enseñanzas de Bernardo Ferrándiz, activo en Málaga hasta 1885 y maestro de todos los pintores en ejercicio en la ciudad en esos años; responsable, igualmente, de esa falta de interacción de las figuras con su entorno, defecto que suele aparecer en las obras del valenciano.
Por todo ello pensamos que estamos en un momento inicial de la carrera de Gómez Gil, en el que bebe muy directamente de los modos formales de sus maestros, Ferrándiz, Ocón e incluso Moreno Carbonero, como queda sugerido en el tratamiento del celaje.
Aun así, no deja de ser una deliciosa obra, representativa de una línea de la pintura malagueña que mantiene el costumbrismo pictórico como un modelo que permite hacer lienzos sin complicaciones de lecturas y en donde la percepción directa del natural se puede suavizar con el anecdotismo de las situaciones escogidas para representar.
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