Si rastreamos los tipos de Navidad representadas en la literatura, rápidamente aparecen tres. En primer lugar, las Navidades "de cuento", esas historias dulcificadas, que terminan con los protagonistas (y, en el mejor de los casos, también, los lectores) recordando el valor de la solidaridad, de la compañía, del amor. Así aparece retratada en Mujercitas, de L. M. Alcott, en el episodio inicial de las hermanas March compartiendo su desayuno con una familia pobre y enferma y dando una lección de generosidad.
Canción de Navidad, de Charles Dickens (sin duda el clásico más clásico sobre la temática) se ubica en esta línea, pero también ya enlaza, a través de su componente fantasmagórico, con la siguiente categoría, que muestra el reverso de la Navidad dulce y previsible: las fiestas del desastre, en las que todo naufraga, o de lo sombrío, en las que emergen oscuras e inmanejables fuerzas procedentes de tiempos antiguos, como lo pinta H. P. Lovecraft en El ceremonial:
“Era el Día del Invierno, ese día que los hombres llaman ahora Navidad, aunque en el fondo sepan que ya se celebraba cuando aún no existían ni Belén ni Babilonia ni Menfis ni aun la propia humanidad”.
Y finalmente están, también, las Navidades como puro e irritante telón de fondo. Las fiestas no aparecen, aquí, como relevantes en sí mismas, como excusa para la reunión y el regocijo o como hito inolvidable (aunque sea en un mal sentido), sino como causa de estrés y fastidio. Así las cuenta, por ejemplo, Raymond Chandler, el famoso autor de policiales. Entre sus cartas personales, deja estos comentarios no carentes de ingenio sobre estos días particulares y la agitación, para él innecesaria, que promueven:
Carta a Jamie Hamilton, 21 de diciembre de 1951
"Bueno, la Navidad con todos sus viejos horrores ha vuelto a caer sobre nosotros. Los negocios están llenos de fantástica basura y todo lo que uno quiere no está. Gente con expresiones tensas y doloridas revisa objetos de cristal distorsionado y de cerámica, y es atendida, si esa es la palabra correcta, por idiotas especialmente contratados, en libertad condicional de instituciones psiquiátricas, algunos de los cuales, mediante un esfuerzo especial, pueden distinguir una tetera de un picahielo".
Y a los días, ya agarrándoselas directamente con el delicado tópico: “los regalos”:
Carta a Carl Brandt, 27 de diciembre de 1951
"Tuvimos una Navidad miserable, gracias. La cocinera se enfermó y el pavo no fue cocinado, y mi esposa está en cama o postrada la mayor parte del tiempo, tratando de sacarse de encima una bronquitis obstinada. Swanie [su agente literario] me envió una corbata para Navidad. Está toda cubierta de Sherlock Holmeses y huellas de sangre. Ojalá los agentes de Hollywood no sintieran la necesidad de enviarles regalos de Navidad a sus clientes, especialmente si los regalos son un registro tan exacto de la cuenta de ese cliente. Un escritor que escaló hasta llegar a un reloj de pulsera y después desciende a una corbata sabe cuánto vale... Usaré la cosa para asistir a la autopsia de un peón de cosecha de Ozark".
Adaptado de: boletines@librosenred.com
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