George Orwell o el horror a la política
Traducción de María Teresa Colina
Antonio Machado Libros
Madrid
2023
112 págs.
Las barreras de clase tienen en Gran Bretaña una altura y una densidad poco conocidas en el resto de Europa; sin embargo, mientras gran parte de su literatura presenta a personajes que tratan de sortearlas en un sentido, Orwell hizo lo posible por saltárselas en el otro. Solía disfrazarse de vagabundo o de obrero para entremezclarse con las masas industriales y con los campesinos, que casi siempre lo descubrían por el acento, y su presencia en la guerra civil de España fue una consecuencia más de este empeño por tocar la realidad con las manos. Eric Blair, que era su verdadero nombre, creó al personaje George Orwell y se negó a que lo biografiasen, porque ese seudónimo correspondía más al hombre que aspiraba a ser que al real.
En el ensayo del imprescindible Simon Leys la interpretación biográfica resalta hasta qué punto fueron clarividentes sus juicios políticos e históricos. La extrañeza frente a su propia clase y, en la época como policía en Birmania, frente a su patria, nacía de una desconfianza inamovible ante el poder. La literatura, para la que estaba menos dotado de lo que anhelaba, le enseñó que las palabras no son inocentes, y sus ensayos más brillantes tienen que ver con las manipulaciones del idioma y del pensamiento. El horror a la política no nace, sin embargo, del cinismo o del hartazgo, sino del idealismo: pese a que tiende a olvidarse con frecuencia, Orwell fue socialista toda su vida, aunque de un modo tan particular que lo llevó a definirse, en broma, como un anarquista conservador.
Las perversiones del lenguaje del totalitarismo –también presentes en el día a día de las democracias– embaucaron a muchos intelectuales de su época, como ocurriría más adelante con parte de la inteligencia europea ante el aparente milagro de la China de Mao. Esta coincidencia es la que explica el interés de Leys por el escritor británico, y los paralelismos entre ambos. En efecto, el sinólogo belga dedicó parte de su carrera a desenmascarar no ya la dictadura china, sino la ingenuidad o la mala fe de sus contemporáneos, lo que hacía casi inevitable que estudiase a fondo al autor de 1984. Como señala también el filósofo Jean–Claude Michéa, cuyo ensayo sobre la novela más emblemática de Orwell completa este breve tomo, la crítica al lenguaje estereotipado sigue siendo necesaria. La neolengua ya no es la jerga estatal, sino el dialecto cotidiano de los medios de comunicación, las empresas y la Administración.
Desde perspectivas divergentes –la de Leys, más próxima a la socialdemócrata; la de Michéa, a la llamada Nueva Derecha francesa–, ambos defienden que la izquierda debería recuperar al Orwell que, pese a sus andanadas contra el comunismo y el laborismo, seguía abogando por «la nacionalización de la industria, la supresión de los salarios elevados o el establecimiento de un sistema de educación igualitaria». Pensar la política como lo hizo él, con una mirada vertical, desde el peón de la industria hasta el catedrático acomodado, y desvelar sus triquiñuelas lingüísticas, es una de las mejores formas de comenzar a transformarla. No obstante, ni siquiera es necesario un propósito tan ambicioso para disfrutar de la soberana prosa de Simon Leys.
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