La guerra imaginaria
Siglo XXI
Madrid
2024
140 págs.
La generalización de la inteligencia artificial (IA) en los últimos años plantea muchos interrogantes: ¿Es posible crear una máquina que funcione como la mente humana? ¿Existe alguna diferencia cualitativa entre la inteligencia humana y la artificial? ¿Será justa una sociedad gobernada por algoritmos? ¿Seremos finalmente suplantados por robots?
Series, redes sociales, ensayistas y científicos han contribuido a instaurar en el imaginario colectivo el mito de la IA. En muchos casos, este pivota sobre impresiones personales sin evidencias rigurosas y oscila entre dos extremos: el apocalipsis tecnológico y la abolición del hombre. Paradójicamente, como explica Fernando Bonete, profesor universitario, la literatura de ficción en torno a las máquinas resulta más equilibrada: permite comprender el miedo a la tecnología y, al tiempo, sus posibilidades, ofreciendo un marco idóneo para reflexionar sobre el ser humano.
Isaac Asimov fue uno de los autores más prolíficos y destacados del género, y por esta razón Bonete lo elige para encontrar respuestas a los desafíos de IA. En primer lugar, el autor intenta erradicar la idea de que implica una amenaza para la humanidad, entre otras cosas porque aún estamos muy lejos de que las máquinas resuelvan todos los problemas. Por otro lado, también la IA puede ayudar a hacer el bien, ya que los humanos somos quienes la diseñamos. Finalmente, Bonete alude a las famosas tres leyes de la robótica, enunciadas por Asimov, leyes que recogen los principios esenciales de la ética occidental y que tienen como objetivo el bienestar y la vida plena de las personas.
Además, hay que tener en cuenta que no todo puede ser computarizado: no es posible traducir a datos las intuiciones, los deseos, las emociones o la imaginación. A este respecto, Bonete desentraña las propiedades de las máquinas y revisa sus logros, interpretándolos humanamente.
El último capítulo lo dedica el autor a reflexionar sobre los riesgos derivados del mal uso de las tecnologías. Y alerta de la deshumanización que conlleva dejar en manos de los algoritmos decisiones prudenciales o mediaciones relacionales, así como confiar a robots el cuidado de las personas vulnerables. Quizá hayamos puesto demasiada confianza en las máquinas para escapar de los riesgos de la libertad y la imperfección humana, o para evitar las decepciones que a veces causan los demás. En lugar de perder el tiempo elucubrando sobre lo que puede pasar a medio o largo plazo, lo más prudente es decidir qué necesidades queremos que las máquinas satisfagan y cómo configurarlas para evitar los peligros.
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